Lucy Kellaway

Por qué preferimos que los jefes antipáticos sean siempre antipáticos

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Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 4 de abril de 2016 a las 04:00 hrs.
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Definitivamente el jefe más difícil que he tenido era un hombre inspirador y moralmente recto. Yo lo respetaba y aprendí mucho de él. El problema era que nunca podía prever cómo iba a responder a nada.

A veces pasaba por mi lado y decía algo sarcástico sobre un artículo que yo había escrito. Otras veces llegaba lleno de alabanzas. Ocasionalmente se sentaba al borde de mi escritorio y hablaba como si estimara mi opinión. Al día siguiente volvía su mal humor y no me hacía el menor caso.

Nada más verle venir caminando por el pasillo me llenaba de ansiedad. Cuando era amable ponía la misma cara que cuando era horrendo y por eso comencé a cuestionar si sus alabanzas no eran irónicas. Era muy desconcertante.

Pensé en él el otro día cuando leí una investigación de la Universidad de Michigan que sugería que preferiríamos por mucho tener un jefe que siempre era horrible a uno que sólo era horrible a veces. Cuando se trata de nuestros jefes, parece que podemos lidiar con más o menos cualquier cosa, salvo lo imprevisible.

Los investigadores condujeron una serie de experimentos en los que dividieron a estudiantes en tres grupos y les dieron a todos una tarea. El primer grupo recibió elogios constantes, el segundo abuso constante y el tercero una mezcla de los dos. El primer grupo no sufrió ningún estrés, el segundo sintió estrés levemente, mientras que el tercero —el grupo que no sabía si iban a recibir zanahorias o garrotes— fue el que sintió más estrés y fue menos feliz.

El experimento, publicado en la American Academy of Management, me recordó un estudio anterior en el que se les daban descargas eléctricas a ratas. El primer grupo oía un timbre que anunciaba cada descarga; el segundo recibía descargas sin aviso. Al primer grupo de ratas le fue más o menos bien. El segundo, que no podía prever cuando venían las descargas, empezó a sufrir de úlceras estomacales. Los trabajadores y las ratas tienen mucho en común.

Sin embargo, la idea de que la consistencia es importante no aparece en los libros sobre liderazgo. La previsibilidad se considera aburrida y falta de glamour, en un mundo que venera la creatividad y el trastorno.

Hace un par de semanas Harvard Business Review publicó un blog sobre las características más importantes de los mejores líderes según 195 líderes globales. Éstas resultaron ser una lista más o menos tonta de “competencias”, incluyendo “ética fuerte”, “promueve el crecimiento”, “flexibilidad para cambiar de opinión” y “compromiso con la capacitación continua”. Y cosas por el estilo. La previsibilidad no aparecía en la lista por ninguna parte.

La única empresa que puedo encontrar que explícitamente estima esto es Google. Porque se deleita en recolectar datos y mide a los líderes constantemente, ha encontrado que la consistencia es una de las cualidades más importantes. Cuando el jefe no es consistente, las personas no pueden hacer su mejor trabajo.

La previsibilidad importa en el trabajo no sólo en relación con los jefes, sino con casi todo. La gente declara que le encanta el trabajo donde cada día es diferente, pero hay poca evidencia que apoye tal cosa. En vez, los estudios en EEUU han mostrado que los trabajadores con horas imprevisibles sufren más estrés y son menos felices que los que siguen un horario regular.

Si pienso en mis colegas, yo probablemente diría que me encanta trabajar con personas que me sorprenden. Pero eso no es verdad. Me gusta trabajar con personas que me interesan pero que no me sorprenden para nada. Un colega cercano llega tarde con confiable regularidad. Aunque soy obsesivamente puntual, me he acostumbrado tanto a su retraso que cuando la semana pasada se apareció temprano no me hizo gracia; me sentí ligeramente irritada.

Y no es que la consistencia sea fácil. Ser consistente es realmente muy difícil. Lo sé por haber pasado un cuarto de siglo en el trajín de la maternidad. En la crianza de mis cuatro hijos he tratado de seguir algunos principios bastante básicos que yo considero importantes. Por ejemplo, que todos los miembros de la familia tienen que sentarse a la mesa una vez al día, sin pantallas de computadoras, a comer lo mismo a la misma hora. Algunas tardes soy inflexible en mi adherencia a este principio. Sin embargo, ahí estaba yo la semana pasada, tirada en el sofá con mi hijo que estaba comiendo una pizza de supermercado y mirando algo inapropiado en su iPad, mientras yo comía y miraba otra cosa a la vez.

La previsibilidad es la clase avanzada: la inconsistencia parece ser la condición humana básica.

Acabo de leer un artículo en Psychology Today que propone que evolucionamos de esa manera porque prevenía que los demás cazadores-recolectores tomaran ventaja de nosotros en la selva.

Quizás sea por eso, aunque sospecho que somos imprevisibles en el trabajo porque gestionar no es natural y somos débiles y caprichosos. Y el autocontrol no sólo es difícil, está tristemente pasado de moda.

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